Por Juan Diego Restrepo Toro
En Anorí, excombatientes de las FARC les apuestan a los proyectos productivos como una forma de creer en la paz y de integrarse a la sociedad. María de los Ángeles y Mari Bella, entre muchas más, ven los productos que fabrican, confeccionan y ofrecen, bajo el sello La Montaña, como una oportunidad que les significa mucho más que el sustento.
María de los Ángeles Tapasco ingresó a las FARC a los quince años. Tiene ojos negros almendrados, manos pequeñas y cabello largo. “¡A la orden, los morrales!”, les dice a los transeúntes de la feria de emprendimiento Hecho en Paz, que reúne proyectos productivos de reincorporación a la vida civil. En su cuaderno anota el nombre y el valor de cada producto vendido de Confecciones La Montaña: morrales, tulas, canguros y manos libres, de treinta mil pesos en adelante. Se dirige a los compradores de manera respetuosa. Su voz es firme. Les explica que también confeccionan billeteras, riñoneras, pierneras, pantalones, morrales escolares y hamacas, pero se lamenta porque no las pudieron traer desde Anorí por las dificultades logísticas y de transporte. Luego les entrega la mercancía en una bolsa de tela que dice “La Montaña – Voluntad de Paz”.
Hay nubarrones en el cielo. El sol se filtra por los techos de tela de los toldos. Es la mañana del 24 de noviembre del 2021 y la noticia del día en Colombia es que se cumplen cinco años de la firma del Acuerdo Final de Paz con las FARC. La feria hace parte de una serie de eventos nacionales de conmemoración y fue organizada en la plazuela La Alpujarra de Medellín. Hasta aquí llegaron antiguos combatientes, hoy emprendedores, de Antioquia, Caldas, Córdoba, Chocó, Quindío y Risaralda. Es una mezcla de lo pacífico, lo andino y lo caribeño: collares êbêra, cerveza roja, gelatina de pata y otros postres, adornos en macramé, sombreros artesanales, jabones ecológicos, prendas estampadas, tejidos tradicionales y ancestrales, marroquinería, relojería, joyería, orfebrería, café, chocolate y miel.
“La paz es productiva”, dice en el portón de bienvenida de la feria, donde hay una galería con los retratos de hombres y mujeres diversos en relación con su edad, su etnia y sus facciones, líderes sociales que fueron asesinados durante estos cinco años. Una carpa del tamaño de un auditorio mediano está dispuesta para la Primera Rueda de Negocios por la Paz, con la cual quieren fortalecer las redes de apoyo mediante ofertas de negocio.
A María de los Ángeles le queda un sabor “agridulce” de la implementación del acuerdo. El equipo de La Montaña ha consolidado sus líneas de productos de uso al aire libre, deportivos y de montaña. Según ella, esto implicó un cambio en su visión de país, porque ahora buscan la transformación social sin las armas, mediante el trabajo. “Que nos dejen sacar los productos por la vía legal y que no nos sigan matando”, expresó. Ya no hay una disciplina militar. A diferencia del “monte”, donde recibía órdenes militares, explicó que la jerarquía de mandos se modificó y viró hacia la organización cooperativa, con comités donde se delibera y se decide sobre temas clave, como la producción y la venta. Lo mismo ha sucedido para regular la convivencia en el antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación —ETCR— Jhon Bautista Peña, en la vereda La Plancha, a una hora por vía sin pavimentar del casco urbano de Anorí.
“No tenemos casas individuales”, afirmó con voz amarga al referirse a las estructuras comunitarias donde viven: “Seguimos así, como cuando llegamos a esos cajones. Si tengo mi compañero, pues lo comparto con él. Pero no puedo tener un animalito porque le hace daño al vecino. ¡Estamos ahí todos encajados!”. Se refiere a unos módulos de vivienda de techo de zinc, paredes delgadas y del tamaño de unas aulas de clase, a donde fueron llegando integrantes de los frentes 36 y 9 de las FARC, y de la columna móvil Mario Vélez, que operaban en las regiones del Norte, el Nordeste, el Oriente, el Bajo Cauca y el Urabá antioqueños, así como en regiones de Córdoba y Chocó.
Su vida personal ha tenido varias modificaciones. Ahora puede llamar a su familia a menudo y visitarla de vez en cuando en Quinchía, Risaralda. “Por allá no puedo decir que soy reincorporada, porque mi familia está en una zona donde hubo excombatientes y donde ha habido paramilitares. No siento la misma tranquilidad que en Anorí, donde hay gente que compartió nuestras ideas, otros que no, tal vez algunos tengan su resentimiento, y, sin embargo, sentimos respeto; mientras que, por la tierra mía, yo no puedo llevar estos bolsos y morrales, ni dar a conocer mi trabajo”, cuenta María de los Ángeles.
Ella solo cursó la escuela primaria. Su padre, un campesino de edad avanzada, trabajaba por días y carecía del dinero para darle los uniformes, la lonchera o los pasajes diarios para movilizarse desde la montañosa vereda donde nació hasta el colegio. En la adolescencia asistió a las reuniones de la guerrilla. Recuerda que leía los folletos y panfletos de las FARC, porque le parecían que eran acordes con las injusticias que la rodeaban. Llegó al Nordeste antioqueño en un momento en que la guerra se vivía intensamente, después de que las FARC la trasladara desde el Eje Cafetero.
El taller de confecciones nació durante la guerra de manera clandestina. Hacían chalecos, uniformes y morrales resistentes a la selva, con bolsillos y cierres funcionales para el frente de batalla. Tras el acuerdo, el taller experimentó una transformación hacia el cooperativismo y la construcción de la paz territorial. Los materiales se mantuvieron, por su durabilidad, pero el estilo militar fue cambiado por otro más comercial. “Un morral de estos, cargando pesado, le puede durar tres años, lo que nos duraba en la montaña”. Por eso han escogido el eslogan “Productos guerreros hechos en paz”, con el que hacen promoción en redes sociales, en venta directa y al por mayor. Para María de los Ángeles, el nombre de Confecciones La Montaña significa solidaridad.
Hay bochorno de mediodía y todavía no empieza a llover. Mientras tanto, me tomo un café y converso con María de los Ángeles y otras mujeres de Anorí, como Mari Bella, quien me presentó el emprendimiento Esencias de la Montaña, una iniciativa que reúne a 33 personas, de las cuales 28 son mujeres. En su mesa de venta hay pomadas, jabones, aceites para masajes y otros productos de origen botánico. El estand huele a selva, a paseo por el campo, a piel joven recién bañada.
“Nos dedicamos a la elaboración de productos cosméticos naturales. Tenemos nuestro laboratorio en el ETCR Jhon Bautista Peña de Anorí. Somos un proyecto productivo de reincorporadas de las FARC”, expuso Mari Bella con voz dulce, en su discurso fluido de vendedora, con el que explicó que este emprendimiento surgió en el comité de género del ETCR y que mediante redes sociales como Twitter, Facebook, Instagram y WhatsApp se pueden hacer pedidos a todo el país de extractos naturales como los que me ofrece hoy: caléndula, avena, carbón activado, lavanda, miel y menta; el jabón de sábila y romero que me entregó en la mano, sin compromiso, es un jabón orgánico y en barra, que vale siete mil pesos, se caracteriza por que exfolia, tonifica y regenera la piel, y es especial para las pieles grasas. También me dijo que quieren desarrollar una línea de productos de hogar con la elaboración de champús, limpiadores de piso y geles antibacteriales.
Me interesé en el logo de la marca que aparece en la publicidad de Esencias de la Montaña – Voluntad de Paz. Se trata de una mano femenina que ofrece una palma de iraca verde. Mari Bella me explicó que la imagen surgió del conocimiento empírico de la naturaleza que adquirieron en la montaña. Algunas de ellas fueron enfermeras de guerra y disponían de plantas aromáticas y medicinales. También conocida como palma toquilla o jipijapa, la palma de iraca ha sido importante para los artesanos del país desde hace siglos, por ejemplo, para la fabricación de sombreros.
La idea de exaltar la iraca surgió después de la realización de la Expedición Colombia BioAnorí, realizada entre el 17 y el 31 de julio del 2018, en la que participaron, como guías y coinvestigadores, 50 científicos de distintas universidades y 10 excombatientes que se adentraron en la selva, en una región inexplorada, debido al conflicto armado, hasta el campamento de investigación Iracales, con el objetivo de hacer un inventario del mayor número de especies de “plantas (orquídeas y palmas), aves, mamíferos, insectos (mariposas), reptiles y anfibios”. Según la Universidad EAFIT, se encontraron 14 nuevas especies reportadas para la ciencia, entre ellas dos cucarrones, diez plantas, un ratón arborícola y un lagarto.
Con los años, este grupo mayoritario de mujeres ha sumado experiencias formativas, como asesorías de químicos farmaceutas, talleres de género, de elaboración de esencias, de gestión de proyectos, de capacitación y financiación con entidades internacionales, como la Organización Internacional de las Migraciones, el Servicio Nacional de Aprendizaje, la Embajada de Francia en Colombia y organizaciones no gubernamentales, con acceso a recursos económicos que les permitieron construir su laboratorio en una de las aulas comunitarias del ETCR, con un diseño y una dotación que garantizaran las normas técnicas y de bioseguridad. Ellas sienten que han fortalecido sus conocimientos con la mirada científica, de manera que ya saben cómo aprovechar las propiedades de las plantas en beneficio de sus compradores. Quieren ofrecerle a la sociedad un baño de paz.
El nombre de La Montaña representa mucho para todos los excombatientes que viven hoy en Anorí. Le asignan significados de solidaridad, conexión con el planeta, vínculo con la Madre Tierra o fecundidad del trabajo. Detrás de tales metáforas está la poderosa idea de convertir un taller de confecciones de guerra en construcción de paz. La realidad económica y social del país, su conflictividad y sus heridas abiertas son escollos en el camino de ascenso a la paz tan anhelada. Como la cima de una montaña, que parece inalcanzable, los reincorporados de Anorí, especialmente sus mujeres, saben que es utópica una paz sin conflictos, y que tendrán que resolverlos con su trabajo.
Este texto hace parte del libro Defender los pueblos, de la colección periodística “Defender”, publicado en una colaboración entre el Programa Somos Defensores y Hacemos Memoria.