Por Alexandra Molina Trujillo
En el 2015 Yinna Ortiz y Mónica Quevedo crearon un grupo de estudios de género. Desde ese espacio cuestionaron los estereotipos y los roles de género arraigados en el departamento del Cauca. Las reflexiones las llevaron a fundar el Colectivo Viraje, una organización que crea narrativas multimedia a partir de historias de personas LGBTI que habitan en zonas urbanas y rurales de la región.
Es agosto del 2021. Son las dos de la tarde. Estoy en Madeira, un café del centro de Popayán. A este sitio llegué después de una travesía por la ciudad: hay obras inacabadas, tierra, humedad y un sentimiento de inseguridad avivado por los efectos de la pandemia. Calles cerradas, telas verdes que cercan las vías. A mi izquierda está sentada Mónica Quevedo Hernández, una diseñadora gráfica que ha publicado libros, ha colaborado con la elaboración de fanzines y es activista transfeminista desde que estaba en la universidad.
“Esperemos a Yinna”, me sugiere.
Yinna Ortiz es una antropóloga que ha escrito e investigado sobre transfeminismo, una corriente del siglo XXI que incluye en el discurso feminista las discusiones sobre el tránsito de género. Igual que Mónica, es activista y militante de algunos colectivos maricas, como prefieren denominarlos desde su postura política. Además de ser amigas, participan juntas en proyectos políticos y sociales. Desde que eran estudiantes universitarias hacen parte de un colectivo que hoy se reconoce en la ciudad como Viraje.
Mónica nació en Corinto, un municipio del norte del Cauca que ha padecido muchas veces la violencia por cuenta de los grupos armados ilegales. Nació entre montañas e influenciada por la cosmovisión del pueblo indígena nasa. Desde muy joven se interesó por contar historias que interpelaran los convencionalismos, siempre poniendo el dedo en la llaga de las “buenas costumbres”. Fue así como publicó un libro ilustrado sobre el trabajo doméstico, resultado de su tesis de grado.
Mientras esperamos a Yinna, me cuenta cómo se juntaron y se propusieron sacar adelante otras formas de narrar el mundo. “En la sociedad todo el tiempo se está haciendo vigilancia, reforzando, reafirmando y moldeando el género. En el 2015 teníamos muchas preguntas”.
Mónica recuerda que en ese 2015, cuando todas eran jóvenes estudiantes de antropología y diseño gráfico, se reunían para discutir los textos del filósofo Paul Preciado, porque él interpelaba la visión hegemónica del género, marcada por valores patriarcales y machistas.
Ese fue el inicio de Viraje, un colectivo que elabora narrativas sonoras, visuales y textuales con la intención de visibilizar las formas en que se configuran las disidencias sexuales y de género en el Cauca, suroccidente de Colombia.
Ordenamos café. Mónica enfatiza en que en todo ámbito social se imponen condiciones a los cuerpos. Pero, por supuesto, las disidencias sexuales y de género aparecen rebeldes de cara al orden patriarcal que impera en la sociedad colombiana. Muy pronto, Pinina Flandes, activista y performista bogotana, se convirtió en un referente para las fundadoras de Viraje. Con este tipo de lecturas y experiencias Mónica Quevedo, Yinna Ortiz, Alexa Muñoz y William López exploraron nuevas ideas respecto al género.
Las integrantes de Viraje comprendieron que las calles y otros espacios públicos del centro de Popayán, su ciudad, estaban marcados con jerarquías de una sociedad machista y patriarcal. En la espacialidad urbana hay límites sutiles y algunos evidentes, que determinan lo que es posible y lo que no, lo que se incluye y lo que se excluye, lo que se nombra y lo que se silencia, lo que existe y lo que se niega.
Después de la reflexión vino la acción política, porque en las lecturas encontraban ideas para intervenir los espacios públicos y privados. Inspiradas en Pinina Flandes diseñaron un fanzine. Luego, cuando recibieron su visita, hicieron un conversatorio sobre lo queer y llevaron a cabo una puesta en escena. Pinina se trepó, usó su barba, tacones, turbante y una camisa escarchada en Popayán, la ciudad blanca, conservadora y clasista. Desde entonces las integrantes de Viraje producen rupturas.
Yinna llega a Madeira, se sienta con nosotras y toma poco a poco su café. Hablamos del espacio público, de la exclusión histórica: “El espacio te enseña a ser mujer u hombre. A estar en el binario. Queríamos cuestionar eso a través de preguntas”, explica.
Yinna es joven. Al iniciar la década del 2010 se hizo pedagoga y, quizá sin proponérselo, con su nueva labor se perfiló para ejercer un activismo enérgico. Es serena, crítica, rigurosa, clara en sus búsquedas investigativas. Ella también hace parte del equipo fundador de Viraje, el colectivo que, con herramientas interdisciplinarias, propone narrativas transmedia sobre los discursos y las representaciones de género que tienen repercusiones en las zonas urbanas y rurales del Cauca.
Yinna perteneció a la Fundación por la Diversidad Sexual del Cauca (Fudiversa), “juntanza que al fin no cuajó”, pero que le sirvió de experiencia para diseñar un mapa con los testimonios de las maricas de la ciudad. A las travestis, por ejemplo, las marginalizaron y excluyeron del parque central de Popayán. Cuando ocupaban ese lugar, recibían amenazas de la policía, que las retenía y las bañaba por estar en los espacios destinados a “otra gente”. Incluso circularon relatos de personas trans secuestradas y llevadas a las afueras de la ciudad, donde eran abandonadas a su suerte. Debían regresar desnudas como castigo por ser disidentes de género. “Era un mapita sobre cuáles eran los lugares en los que socializaban, cuáles eran las maricas que ya estaban muertas… Tratamos de contar la historia de las maricas en Popayán”, explica Yinna.
Buscaron apoyo en Fondo Lunaria, una organización que financia proyectos liderados o gestionados por mujeres jóvenes de la periferia. En el grupo ya habían surgido preguntas sobre la experiencia de ser marica en el campo y la necesidad de contar las historias de lo que sucede en los espacios rurales. Por eso, cuando recibieron los recursos de Fondo Lunaria salieron de Popayán y dieron vida a Polisemias Rurales, un proyecto interdisciplinar y multimedia que busca visibilizar las formas de experimentar el género y la sexualidad en lugares rurales del departamento del Cauca. A partir de este proyecto han producido relatos, mapas y pódcast.
Más allá de la ciudad
Desde Popayán se llega a Mercaderes, tras recorrer las curvas cerradas de la carretera más importante del sur del país, la autopista Panamericana.
En Mercaderes, los integrantes del equipo de Viraje conocieron la historia de una pareja LGTBI que les permitió entender que la sanción social y la violencia contra las parejas del mismo sexo eran el pan de cada día. En aquel municipio, que dos personas del mismo sexo bailaran juntas era un escándalo. “Dos mujeres se están desperdiciando”, se lee en una de las historias publicadas por Viraje en marzo del 2019, una frase que da cuenta del pensamiento homofóbico que impera en la región.
Allá les dijeron que no podían existir “bares de ambiente”, lugares de entretenimiento exclusivos para personas sexualmente diversas, porque “las pelaban”. Viraje analizó la situación y enfatizó en algo que se ha descrito a lo largo de esta historia: “Maricas, locas, machorras, cacorritos o cacorritas, como los denominan, son aceptables en tanto no perturben el orden de lo posible y lo visible”.
La realidad de las diversidades sexuales en el campo es compleja. “Yo una vez fui a Mercaderes con la Mesa Departamental y ahí conocí a un chico que era cafetero, que vivía en una vereda. Sabía que era marica, pero que también era recolector de café. Yo decía, bueno, y esas experiencias cómo son, qué significa ser marica, cafetero y asumir ese lugar desde la masculinidad en esos espacios tan complejos; y, además, sabemos que el Cauca está súper atravesado por el conflicto armado”, cuenta Yinna sobre las inquietudes que le planteaban las personas con orientaciones sexuales diversas que habitan la ruralidad.
A Villa Rica se llega desde Popayán por la autopista Panamericana, en sentido opuesto a Mercaderes.
Hablé con Muñeca, una de las mujeres trans que participó en Polisemias Rurales. Ella me contó, a través de una llamada, su experiencia con el colectivo.
Muñeca me explicó que les debe mucho a Mónica y a Yinna, por el trabajo que hicieron en relación con la conciencia política y los derechos sexuales y reproductivos. Y por las conversaciones que tuvieron para que ella recuperara la confianza y se aventurara a hablar en público, pues antes su voz “masculina” la hacía temer la reacción de sus interlocutores.
Conocer a las personas de Viraje le ha permitido a Muñeca, activista del municipio de Villa Rica, participar en escenarios públicos, incluso de manera remunerada. También habló de las pijamadas que organizaron, de los regalos que le traían y del último evento del 2021, cuando intentaron generar conciencia sobre el virus del VIH y la estigmatización social de la población LGBTI, junto a otras organizaciones privadas y de orden estatal.
Ese día entregó los fanzines de Polisemias Rurales y condones que Viraje le envió por una empresa de correos. Una vez recibieron el material visual, muchas personas manifestaron su deseo de verse ahí también. “Ahora quieren estar en esos fanzines, quieren tener su ilustración, quieren vivir ese empoderamiento para hablar”, relata Muñeca.
El fanzine les permitió reconocerse: “Me veía igualita, pero en caricatura. Empezaron a leer la historia mía, el modo en que yo había vivido, cómo éramos de la Edad de Piedra y todo era cohibido”, explica Muñeca, quien recalca que antes la situación de la población diversa era más adversa en Villa Rica, debido a los prejuicios y la estigmatización.
El trabajo de Viraje se centra en las narrativas y en la representación de las disidencias sexuales y de género, para socavar la naturalización de las violencias que cotidianamente sufren estas personas en lugares como el departamento del Cauca.
Luego de escucharlas en el café, me despido de Yinna y de Mónica. Nuestro encuentro me hace pensar en las identidades, las singularidades y las luchas que se presentan en la ciudad; las mismas que se observan en las pintas de las calles y las paredes de Popayán: la blanca, la negra, la mestiza, la campesina desplazada, la indígena, la marica, la Popayán de abolengo. Todo lo que a fin de cuentas convoca, junta y nos deja la cabeza llena de preguntas.
Este texto hace parte del libro Defender el territorio, de la colección periodística “Defender”, publicado en una colaboración entre el Programa Somos Defensores y Hacemos Memoria.