Por Valeria Arias Suárez
Gestores de Paz Potosí es una organización que se sostiene gracias al trabajo autogestionado de jóvenes como Valentina, Darling, Nedzib, Nicole y Yhoiner, quienes trabajan con niños, niñas y jóvenes en el barrio Potosí, parte alta de Ciudad Bolívar, en Bogotá. Les enseñan a pensarse como personas con derechos y como parte de una ciudad que históricamente los ha marginado.
Valentina Torres habla con la elocuencia de una joven de 25 años, pero su apariencia revela que tiene muchos menos. A sus 15 es un ejemplo a seguir en Gestores de Paz, y desde los trece se convirtió en mentora de esta organización juvenil del sur de Bogotá. “Aquí es donde traemos a los niños y niñas a que vean películas, luego hablamos y discutimos los temas que hay en ellas”, dice con su voz relajada, mientras señala la esquina de una calle empinada, donde se ve el muro de una tienda, unas sillas pequeñas sobre un terreno sin pavimentar y una mesa sobre la que reposa un videobeam.
Después de un rato llegan niños que se sientan en las sillas, algunos vienen solos y otros con la compañía de su mamá o su papá. La película del día fue Lilo y Stitch, que cuenta la historia de Lilo, una niña que perdió a sus padres en un accidente y vive con su hermana, quien tiene que trabajar y la deja sola casi todo el día.
Valentina también pone atención a la proyección, a su lado está Darling Molina, una de sus compañeras. Tiene 23 años y fue una de las creadoras de Cine Montaña, escenario en el que se proyecta la película. La iniciativa surgió el Día del Niño del 2017, como una apuesta por propiciar un espacio dinámico para los niños y las niñas, que permitiera dialogar y asociar los temas de las películas con la realidad de este territorio, que para muchos bogotanos es lejano e inhabitable, pero que se ha convertido en el punto de encuentro de los Gestores de Paz, en Ciudad Bolívar.
En la capital de Colombia, más allá de la última calle plana de la ciudad, se forman caminos empinados hacia la ciudad marginada o de los bordes. El contexto de esa pequeña ciudad, conformada por familias que llegaron mayoritariamente en condición de desplazamiento en los años cuarenta y cincuenta, en el sur de Bogotá, ha configurado un ambiente de fragilidad económica y situaciones complejas para la seguridad de sus habitantes.
Gestores de Paz es una organización que, en gran medida, se autogestiona gracias a los mentores que la conforman, pero que nació en el vientre de la organización internacional World Vision en 1997. Cuando llegaron al territorio para trabajar con la comunidad y para iniciar sus labores cuestionaron a niños, niñas y jóvenes de Potosí sobre el derecho que consideraban más importante. Por medio de unas votaciones, se determinó que el derecho más importante era la paz.
“Las votaciones hicieron que World Vision tuviera la idea, junto con los niños que estuvieran interesados, de conformar un movimiento a nivel nacional, aprovechando los lugares en donde hacía presencia la organización, para iniciar con cierta movilización con los niños, donde ellos fueran los protagonistas y quienes tuvieran voz”, cuenta Nedzib Sastoque.
En la localidad y en el barrio en que se desarrollan, propuestas como las de Gestores de Paz se sienten incómodas para quienes decidieron apostarle a la vida ilegal. A pesar de ser conscientes de eso, Darling y sus compas, como los llama, no se cansan de reclamar lo que consideran que su comunidad merece: una juventud que piense en que primero es la educación, a pesar de las dificultades que implica ser joven en Potosí, un sector que cuenta con colegios cerca, pero que está bastante lejos del centro universitario de Bogotá.
Las dinámicas de violencia de Ciudad Bolívar han generado en los jóvenes de Gestores de Paz una sensación de miedo, que admiten sentir, pero que Darling, por ejemplo, asume como un motor para trabajar mucho más por su comunidad. “Creo que todos sentimos lo mismo, uno se motiva más porque se da cuenta de que en realidad hay que cambiar esto”, comenta de pie junto a La Glorieta, donde sucede Cine Montaña.
Allí mismo, cuenta que en el 2015 una mujer de la comunidad falleció al ser atropellada por una volqueta cargada de arena que pertenecía a Canteras Unidas La Esperanza, una empresa que extraía material en una de las montañas que rodean la localidad de Ciudad Bolívar. Este hecho fue el impulso que muchos necesitaron en la comunidad para unirse y comenzar a exigir que no hubiera más explotación minera en la montaña y que, en cambio, se consolidara el Parque Ecológico Cerro Seco, como un lugar de esparcimiento para la comunidad, para fomentar el deporte y la educación popular de Ciudad Bolívar y en general del sur de Bogotá.
Florecer en el contexto
Según la Encuesta Multipropósito 2017, realizada por la Secretaría Distrital de Planeación de la Alcaldía Mayor de Bogotá, el DANE y la Gobernación de Cundinamarca, “la mayoría de la pobreza multidimensional se acumula en el sur de la ciudad”. La misma medición expone que Usme y Ciudad Bolívar abarcan la mayor parte de este indicador y, además, tienen la mayor presencia de estratos 1 y 2 de la ciudad.
A la escasez económica de estas localidades de Bogotá, se suma el impacto de un conflicto armado de más de cincuenta años. Desde diversas zonas del país, víctimas de la guerra han buscado evadir la muerte desplazándose e intentando rehacer sus vidas en los barrios periféricos del sur de la capital.
Al particular contexto de pobreza y violencia, Gestores de Paz le pone la cara y el pecho con acciones colectivas que desde lo más esencial les quitan mano de obra a las bandas delincuenciales. Muchos de los niños y las niñas que asisten a las actividades cada sábado podrían estar en las esquinas de la localidad al servicio de organizaciones criminales. En cambio, toman una cámara y aprenden a tomar fotos, o dibujan con colores lo que proyectan en el futuro para su localidad.
La vida no solo ha cambiado para los niños y las niñas, sino también para los mentores de Gestores de Paz, quienes han decidido, desde muy jóvenes, trabajar para que la vida en la montaña sea un poco más llevadera. Valentina, quien recién empezó su carrera de Trabajo Social, cuenta que asiste desde que tenía un año y medio a los talleres y ahora es mentora, por lo que se le nota muy decidida al afirmar que la organización le dio un vuelco total a su vida.
Ella seguía atentamente la labor que su mamá hacía como madre comunitaria. Siempre ha sido una mujer muy dispuesta a ayudar y trabajó con World Vision en esa labor que implicaba amadrinar a varios niños de la comunidad para ayudarles con los recursos que le brindaba la organización internacional.
“Cuando el movimiento cumple siete años, World Vision se va del territorio, pero los jóvenes decidimos seguir con el proceso de transformación con niños, niñas y jóvenes. Ahí es cuando me integré a la parte de los mentores de Gestores de Paz”, cuenta entusiasmada.
Los mentores han forjado una relación de parcería y complicidad incomparable. Sus conversaciones no solo giran en torno a las actividades de Gestores de Paz, sino que se cuentan los acontecimientos de sus vidas y se apoyan, como amigos con un interés colectivo que finalmente los hace simpatizar profundamente y alinear los rumbos de sus vidas.
Pero las garantías para ser líder social juvenil en Bogotá son pocas. Sobrevivir en los barrios de la ciudad de más allá es una apuesta retadora para cualquiera de sus habitantes. Además, en los medios de comunicación y en las alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo se registra con regularidad la presencia de grupos paramilitares; existen actores sin identificar que protegen intereses particulares. En este caso ha habido situaciones en el marco de la disputa territorial que la comunidad tiene por el Parque Ecológico Cerro Seco.
Yhoiner Nieto, otro de los mentores de Gestores de Paz de Potosí y director de la Escuela de Fútbol Popular, creada por los jóvenes, menciona una experiencia cotidiana que ilustra lo que se ha publicado en los informes institucionales y las denuncias de los habitantes. Un día, mientras llevaba a cabo una actividad con niños en el Parque Ecológico Cerro Seco, lo sorprendió la presencia de una persona encapuchada: “Llega armada y amedrentando con perros para hacernos salir y quitar los arcos de fútbol. Efectivamente ponemos nuestro frente, nos paramos muy duro por nuestra montaña y lo que creemos. Finalmente, intento siempre mediar. Toda la situación se sale un poco de control. Llega la persona encargada del parque, muy grosera, y realiza una amenaza directa en contra mía, delante de todas las personas alrededor”.
La vida en la montaña no deja de ser compleja, pero cuenta con una comunidad convencida de que incluso en las mayores adversidades están para apoyarse unos a otros, y organizaciones como Gestores de Paz acompañarán ese camino. A pesar de las pocas garantías que tienen en el barrio Potosí, Valentina, Darling, Juan, Nicole, Nedzib, Luisa, Yhoiner y Lisa siguen levantándose cada sábado a coordinar acciones que sigan ayudando a sus habitantes, con el férreo deseo de construir generaciones más pensantes, conscientes y con la convicción intacta de que sus niños aprenden, se divierten y forman sus mentes para tejer la tan anhelada generación del cambio.
Este texto hace parte del libro Defender la vida, de la colección periodística “Defender”, publicado en una colaboración entre el Programa Somos Defensores y Hacemos Memoria.