Por Jorge Escobar Banderas
La Asociación para la Investigación y la Acción Social, llamada Nomadesc, es una organización social que promueve la protección de los derechos económicos, sociales y culturales de las comunidades que han sido víctimas del desplazamiento forzado en el Pacífico colombiano. Su apuesta más representativa: la Universidad Intercultural de los Pueblos.
Cuando terminó los estudios en antropología forense, Berenice Celeita Alayón empezó a recorrer el país. Junto a varios compañeros dictó talleres sobre derechos humanos. En ese camino comprendió que es importante no quedarse silenciada ante las injusticias que viven algunas comunidades cuando son víctimas de masacres, detenciones arbitrarias, torturas u otros hechos de violencia.
Con una mirada crítica y analítica, luego de recorrer distintos puntos de la geografía nacional, Berenice decidió establecerse en el suroccidente del país. Cali sería su nuevo hogar y junto a un grupo de profesionales provenientes de distintas disciplinas del conocimiento crearía una organización defensora de los derechos humanos: Nomadesc.
Transcurría 1999 y el ambiente que se vivía en Colombia a finales del milenio era preocupante. En esa época el conflicto armado se recrudeció, la economía del país estaba en crisis y el desplazamiento forzado se había convertido en una dolorosa realidad para miles de colombianos. Este último problema sigue siendo un flagelo para la sociedad; según la Defensoría del Pueblo, 59 920 personas sufrieron despojos entre junio del 2021 y mayo del 2022. La mayoría de las víctimas pertenecen a comunidades negras.
A pesar de la desesperanza que imperaba en el país, había jóvenes que optaban por poner sus saberes al servicio de los demás. Así nació Nomadesc, Asociación para la Investigación y la Acción Social, cuyo acrónimo refleja la unión entre el concepto de nómada y la sigla desc, que hace alusión a los derechos económicos, sociales y culturales, que se ven afectados cuando alguien es obligado a desplazarse.
La misión de esta organización es ofrecerles un acompañamiento a las poblaciones campesinas, negras, indígenas e incluso urbanas en la defensa de su territorio, y propiciar un diálogo de saberes para elaborar planes y crear iniciativas que fortalezcan la unidad dentro de las comunidades.
Poco tiempo después de constituir la asociación, Berenice Celeita planteó que la educación y la investigación debían ser las herramientas para reconstruir los tejidos sociales rotos por la violencia. Esa premisa fue utilizada por Nomadesc para dictar sus primeros talleres dirigidos a comunidades afrocolombianas e indígenas.
Tenía sentido imaginarse que la alfabetización podría convertirse en una fuerza transformadora dentro de los territorios. Así fue como inició el diplomado en Educación e Investigación en Derechos Humanos, que ha tenido quince cohortes de las que se han graduado 780 estudiantes. “Algunos que sabían leer, otros que no, unos que sabían escribir, otros que no, pero todos se empoderaron en la defensa de sus derechos”, afirma Berenice.
Lina Yajaira Peláez, abogada y antropóloga, es una de las integrantes más jóvenes de Nomadesc y hace parte del equipo sociojurídico de la organización, que se encarga de ofrecerles acompañamiento a las comunidades que se han visto afectadas por conflictos territoriales. “No se ve al otro como el sujeto a investigar, donde se va a observar, a diagnosticar, a clasificar, sino que se va a construir, cohabitar, producir y digamos que a narrar”, dice.
Olga Araújo Casanova lleva 16 años junto a Nomadesc; hoy en día se desempeña como coordinadora del área de Redes y reconoce que la metodología de la asociación le otorga la máxima prioridad a la labor de inserción con las comunidades. Con esto, no se hace una imposición de planes de acción; por el contrario, se suman esfuerzos para respaldar a las comunidades con lo que más necesiten, que esté al alcance de la asociación. “No es un trabajo de intervención. Cuando nosotros hablamos de inserción es que vamos al territorio, nos quedamos en el territorio. Eso significa que hay una apropiación de todo un proceso, digamos, una dinámica organizativa”, comenta Olga.
La u en plural
Si hay algo que comparten los departamentos de Nariño, Cauca, Valle del Cauca y Chocó es la convergencia de múltiples perspectivas culturales y de vida. En esta región viven campesinos, afros e indígenas que lejos de reclamar un trato homogéneo luchan por que se entienda que cada pueblo tiene una forma distinta de ver la vida.
Capturar esa multiplicidad de expresiones culturales fue el motor que impulsó a Nomadesc a plantear proyectos educativos que aportaran en la defensa de la dignidad de los pueblos. Olga Araújo dice que “las comunidades tienen diferentes formas de ver la vida, pero finalmente persiguen las mismas condiciones: para las comunidades negras es vivir sabroso; para las comunidades campesinas, vivir bonito; para las comunidades indígenas, vivir en equilibrio. Persiguen lo mismo, que es vivir en paz, pero desde esos elementos”.
Bajo ese espíritu nació la Universidad Intercultural de los Pueblos (UIP), una propuesta cuyo enfoque es el humanismo social para la construcción de una paz incluyente, integral y transformadora para Colombia. La perseverancia y la escucha colectiva fueron fundamentales para sentar las bases de esta iniciativa que en el 2010 inició con el diseño de su plan de viabilidad y, posteriormente, entre el 2012 y el 2013, continuó con la selección de los programas y las metodologías a utilizar. Finalmente, en el 2015 iniciaron las actividades con los estudiantes.
Berenice Celeita asegura que ha sido una experiencia satisfactoria porque en este espacio se han formado decenas de líderes y lideresas que se han convertido en autoridades territoriales en materia de humanismo social, con énfasis en planes de vida, derechos de los pueblos y análisis de modelos de desarrollo.
La UIP cuenta con cuatro programas de formación: Análisis al Modelo de Desarrollo y Derechos de los Pueblos, Planes de Vida y Humanismo Social, Comunicación Territorial y Transformadora, y Soberanías y Buen Vivir.
“Nosotros partimos de la idea de que todos, incluso las personas que no saben leer ni escribir, tienen mucho conocimiento, entonces el conocimiento es parte de nuestro sentido de ser cuando es compartido. El conocimiento no se puede quedar en un libro, no se puede quedar atrapado en un video, tiene sentido si regresa al territorio y sobre este se generan propuestas”, resalta Berenice.
El Pacífico colombiano alberga grandes parajes de naturaleza exuberante. Uno de ellos es la cuenca del río Anchicayá, en el municipio de Buenaventura, Valle del Cauca, donde sus habitantes por muchos años “vivieron sabroso”, hasta que les presentaron una idea equivocada del desarrollo para su territorio.
María Miyela Riascos reconoce que cuando nació no tenían escuelas, centros de salud ni acueducto: “teníamos una negación de derechos, pero ni siquiera sabía que existían esos derechos”. Sin embargo, admite que a pesar de ese desconocimiento vivían felices y tranquilos, porque su medio ambiente estaba sano. “A nosotros nos dicen que el desarrollo es tener carreteras, que el desarrollo es tener una hidroeléctrica que nos impusieron, entonces encontramos la contradicción, porque resulta que la hidroeléctrica soltó sus lodos aguas abajo y nos hizo un ecocidio, nos mató a los peces, nos mató los cultivos, y fue otra manera de desplazar a la población”, explica María Miyela.
La organización popular fue clave para dar a conocer lo que estaba pasando, por eso decidió unirse a la Fundación Socioambiental Amigos del Río Anchicayá y la Biodiversidad Litoral Pacífico Aribí, con el objetivo de apoyar los procesos para la defensa del territorio y de la naturaleza.
En medio de ese ejercicio social, en el 2014, María Miyela conoció a Berenice Celeita y a Olga Araújo. “Yo ya había escuchado hablar de ellas con otras organizaciones de Buenaventura, pero ahí digamos que empecé a hacer los contactos con ellas, pues empezamos a tejer como esos lazos de amistad, de crear confianza y posteriormente nos invitaron a la Universidad Intercultural de los Pueblos”, cuenta María Miyela.
A ella esta experiencia le ha permitido conectar la realidad de su comunidad con los contenidos que son abordados en los programas de la UIP. “Aquí se ven esas realidades de las diferentes culturas y las diferentes comunidades; entre todos tratamos de hacer el ejercicio de comprender qué hay detrás de todo eso”, explica María Miyela.
La materialización del diálogo de saberes entre las comunidades afros, indígenas y campesinas ha sido fruto del esfuerzo de los profesionales de Nomadesc y de otras organizaciones aliadas que con su ímpetu aportan a la transformación integral de los pueblos, por medio de la formación y el conocimiento, para encontrar alternativas que permitan mejorar su calidad de vida.
Uno de los mayores logros de la UIP ha sido la participación de las comunidades en la decisión sobre sus planes de vida, su armonía y su equilibrio, acumulado vital que anima a continuar las luchas por los derechos de los pueblos.
Este texto hace parte del libro Defender los pueblos, de la colección periodística “Defender”, publicado en una colaboración entre el Programa Somos Defensores y Hacemos Memoria.