Por María Camila Restrepo Giraldo
En Icononzo, Tolima, Mario Alberto Montiel, el primer firmante del Acuerdo de Paz que triunfó en las urnas, trabaja para ampliar los senderos por donde transitará el Partido Comunes después del 2026. Con su gestión, el concejal ha logrado levantar la imagen negativa que las FARC-EP dejaron durante la guerra.
Para hombres como Mario Montiel, hasta hace unos años la única forma de figurar entre los titulares de prensa habría sido estando muertos. A él nunca se le ocurrió pensar que un día los colombianos murmurarían su nombre y lo reconocerían como el primer servidor público elegido por voto popular, con el aval de las FARC.
“¡Como que no me las creía!”, responde Johnson cuando le pregunto qué pasó el 31 de octubre del 2019. Mario o Johnson, su nombre le da igual. El primero le sirve para votar y el otro es como su nombre artístico. Por las calles de Icononzo en el Tolima, sin embargo, voltea cada vez que alguien lo llama: “¡Concejal!”.
Desde que aterrizó en la política, Mario vive con el tiempo medido. Siempre, dice, tiene una llamada que contestar, un mensaje que responder, un documento que radicar o la necesidad de contactar a los miembros de la Unidad de Trabajo Legislativo (UTL) de los congresistas del Partido Comunes, como se renombró el Partido farc, para que le ayuden a resolver algún embrollo legal que él todavía no entiende.
El 5 de agosto del 2021 se presentó a la sesión como de costumbre. Se sentó en la silla de plástico y la arrastró hasta descargar sus codos en el escritorio de madera. De un fólder negro, en el que guarda papeles importantes desde cuando se enteró que tendría que soltar la danza y el teatro para encarrilarse en la política, sacó tres documentos. Justo enfrente de él, al lado opuesto de la entrada del salón, una mujer terminaba de llamar a lista y de revisar el cuórum para iniciar la sesión dándole la palabra.
—¡Gracias, presidenta! Radiqué esta proposición para que sea discutida y aprobada en pleno.
Mario leyó prevenido su primer proyecto. No esperaba nada distinto a lo que había sucedido el día anterior con el concejal más votado en el municipio: Juan Carlos Robayo. Al representante por el Partido de la U, quien además pertenece al mismo movimiento político de la alcaldesa, las seis iniciativas que presentó ese miércoles, se las hundieron una a una.
Ese resultado fue el que condujo a Mario a creer que su destino ya estaba cantado. Mientras la oposición alega que no puede hacer control político, quienes hacen parte del partido de gobierno dicen que no los dejan trabajar. Pero él tenía otra historia por contar. Una con la que corroboró una máxima de la democracia nacional contemporánea: la política es dinámica.
—¡Aprobada por unanimidad! —se escuchó en el recinto.
Los once cabildantes estaban de acuerdo con la propuesta del Partido Comunes de citar al secretario de Planeación de Icononzo para que informara cómo se ejecutó el presupuesto destinado a mitigar el impacto de la temporada invernal en las vías del municipio. Mario no se dejó aturdir por la emoción. Les dio un compás de espera, se acomodó la cachucha roja y continuó. Estaba leyendo las preguntas que tenía para citar al mismo funcionario, pero esta vez por otro tema, cuando un concejal del Partido Liberal lo interrumpió.
—Espere un momento —le dijo José Orlando Barbosa—. Por el tipo de contrato, no se debe solicitar informe de interventoría, sino del supervisor del contrato —le corrigió.
Mario incluyó el ajuste. La propuesta tenía un error de interpretación legal que no alteraba el resultado. Sabe que las imprecisiones en la política se pagan caro. Pero también es consciente de que esa equivocación que notó el concejal Barbosa, quien lleva más de diecisiete años ocupando el cargo, es parte normal de un proceso que recién empezó, y de que podrá afinar sus habilidades con el tiempo, la experiencia y con ayuda de la beca que se ganó para estudiar su pregrado de Administración Pública Territorial en la Escuela Superior de Administración Pública —esap—.
“Cuando llegué a Icononzo yo era un raso. No llegué pensando en alimentar esa vena política ni ser representativo dentro de la comunidad, sino que venía a hacer mi proceso después de haber dejado la guerra. Cuando arranqué de las Sabanas del Yarí en Caquetá dije: termino la escuela y estudio administración de empresas”, relata.
En el Concejo, la sesión continuó una vez superaron el debate técnico. La corrección no impidió que citaran nuevamente al secretario de Planeación para que explicara cómo se invirtieron los mil doscientos ocho millones de pesos asignados para hacerles mantenimiento a las vías terciarias del municipio.
Todos los cabildantes respaldaron una vez más la solicitud. En cuestión de horas el vocero del Partido Comunes tenía el quórum a su favor. Pero esa capacidad de movilización tenía una razón de ser. A Robayo le cobraron haberse ido con la oposición. La estruendosa derrota que presenciaron veinticuatro horas antes era el resultado de una jugada política de la que Mario salió invicto y con un reconocimiento que no se había dado en año y medio.
—La propuesta muestra interés por el estado de las vías y lo que pasa en el municipio. Es importante que el funcionario informe qué se está haciendo. Felicitaciones, concejal —le reconoció una representante del Partido de la U.
Mario no digirió la escena hasta el día siguiente, cuando se encontró en un café con Laura Vega, la coordinadora política del Partido Comunes en Tolima y, sobre todo, su mentora.
“Sí. ¡Eso fue lo que me dijo Sandra Gallo!”, exclamó asombrado, después de reconstruirle con efusividad todos los pormenores de una sesión histórica en su prematura carrera política. Tenía argumentos suficientes para creer que era así y no precisamente por las palabras de reconocimiento que le escuchó a su opositora. De fondo, había otra razón más importante: ese día le aprobaron el primer paquete de proposiciones desde que asumió el cargo.
La cifra es minúscula pero significativa. Es una victoria que desnuda la realidad a la que se enfrenta el Partido Comunes, que tiene hasta el 2026 para construir su electorado y asegurar una representación política que se sostenga por voto popular. Y para lograrlo, el camino más largo pero más efectivo parecen ser los senderos por donde transita el concejal. No hay que llamarse a engaños. Tras el debut de Rodrigo Londoño en las elecciones presidenciales del 2018, comprendieron que hay heridas profundas que no sanan de la noche a la mañana. Ese es el origen del mensaje más revelador que quedó tras la contienda: para ganarse la confianza de los colombianos les toca ir acumulando poder de abajo hacia arriba.
Basta hacer un balance de su incursión en el Congreso para entender la proporcionalidad del triunfo. En tres años los cinco senadores y cinco representantes del Partido Comunes han apoyado cien proyectos y han presentado treinta. Ninguno de estos, sin embargo, ha visto la luz. De modo que lo que ha hecho Mario en Icononzo es abonar terreno con su gestión. Y ese jueves la solicitud que hizo para conocer cómo se invirtieron los ciento setenta y seis millones de pesos asignados para reparar algunas de las sedes educativas de Icononzo también pasó.
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—De verdad, Mario, yo a usted le tengo miedo.
Así: directa, franca y concreta fue la primera conversación que Adriana Salcedo sostuvo con Mario. Se despachó, se despojó de lo que sentía y le preguntó todo lo que se le ocurrió. Él no se lo tomó a mal y encaró todas las preguntas que pudo. Se trataba de acusaciones serias y alarmantes, pero eso no le preocupó. Sabía que para eso se había firmado en el 2016 el Acuerdo de Paz.
—Sí, eso no lo puedo negar —le respondió para tranquilizarla—. No tuvo por qué haber pasado. Estuve muchos años, pero no vengo con esa idea, sino con la de acabar la guerra y juntarnos para construir un mejor país.
Ese día, recuerda ahora, estaban sentados en una de las mesas de la panadería que el esposo de Adriana tiene en el parque. Hasta allí llegaron después de que él la abordara y ella, ante los insistentes esfuerzos que le notó por sostener la conversación, le ofreciera acercarlo en su moto al pueblo. Venían de las afueras del municipio, donde trabajaban con Plataforma Juvenil, una iniciativa de la Alcaldía de Icononzo a la que ambos pertenecían.
“Me acerqué y la saludé. Ella se quedó mirándome y le dije: ‘La invito a que nos tomemos un tinto para que usted conozca mi vida y yo la suya. Más allá de lo que fui, esa es una línea que ya está agotada y estoy dejando atrás’”. Mario puso sobre la mesa todas las cartas que tenía. Ese fue el propósito que se trazó cuando le contaron cómo reaccionó ella al enterarse de quién era él.
—¿Qué hace aquí?—lepreguntó Adriana a la directora de la Plataforma Juvenil. Ella quería saber más sobre el hombre que les propuso montar una emisora comunitaria.
—Es un excombatiente —le respondieron.
— Ah, no, yo me salgo —reaccionó ella con apatía, sin pensarlo dos veces—. ¡Qué mamera! —añadió con desdén.
Mario no se tomó sus palabras al pie de la letra. Por el contrario, se propuso abordarla y hablar con ella, tal y como ocurrió ese día en el parque. En la panadería, el tinto que le ofreció para romper el hielo se convirtió en una pila de pocillos que se fueron acumulando sobre la mesa. Entre sorbo y sorbo, esa tarde empezaron a instalar las bases de su amistad. Eso sí, lo hicieron sobre un interrogatorio.
“Yo tenía muchas preguntas y se las hice todas. ¿Por qué hicieron esto? ¿Por qué hicieron lo otro? ¿Por qué se metió a las farc? Cuando la amistad empezó yo indagaba mucho”, admite Adriana, estaba a la defensiva.
Cada charla la condujo por los rieles de una montaña rusa. Fue una larga temporada en la que se la pasó de allá para acá. Escuchaba a Mario y la explicación que tenía para cada cosa que le preguntaba. El problema, sin embargo, es que a ella la confianza le duraba lo que tardaba en pisar de nuevo la casa de su mamá. “Usted está loca. Ya vio todo lo de esa Corporación Rosa Blanca. Todas esas mujeres violadas por los comandantes”, contó que su mamá le dijo una vez, muy preocupada. “Claro. Yo me volvía a voltear y me iba contra Mario. ¿Eso qué? ¿Por qué?”, le reclamaba con insistencia.
Adriana estaba llena de dudas y miedos que venía alimentando desde los cinco años. En ese entonces, siendo apenas una niña, le tocó salir corriendo a buscar donde esconderse. ¿La razón?: la guerrilla se había tomado el pueblo. De modo que empezar a confiar requería más de acciones que de palabras. “Cuando ellos llegaron, para mí fue fatal. Yo estaba muy asustada. Pensaba: ¿en qué momento esta gente se alborota?”, relata ahora.
La desconfianza en el pueblo era casi generalizada. Fue a través de los medios de comunicación que muchos se enteraron de que ya no era Villarrica, sino Icononzo, una de las veinticuatro zonas dispuestas en el país para la dejación de armas. El sentimiento se exacerbó cuando se dieron cuenta de que el predio que inicialmente contempló el Estado entró en sucesión y los nuevos propietarios no lo quisieron alquilar.
—Pensamos que iba a ser malo. Teníamos un frente (de las farc-ep) y ahora nos íbamos a encontrar gente de todos los frentes. Todos teníamos la mentalidad de que iba a ser más negativo que positivo, pero al final no fue así. Fue más positivo —dice Alexandra Clavijo, una comerciante que regresó al pueblo seducida por la transformación que prometió el Acuerdo de Paz.
Como todo inicio, no fue fácil. Ni para la comunidad que llevaba décadas acumulando razones para tener miedo, ni para los hombres y mujeres de las farc-ep, que pagaban un precio social y moral por haber pertenecido a la guerrilla.
—¿Cuándo empezó a desaparecer esa prevención que tenían con los firmantes del Acuerdo de Paz? —le pregunté a Alexandra mientras conversábamos en su oficina.
—Al año —respondió.
El cálculo de la empresaria, que logró consolidar su negocio familiar al tiempo que las farc-ep cumplían con los plazos fijados para la dejación de armas, coincide con las fechas del concejal Robayo y el relato de Adriana. Al final, en Icononzo nadie fue ciego frente a los cambios políticos, ni sordo ante la propuesta de conciliación.
Para el líder del Partido de la U hay un punto de quiebre en ese proceso y son los carros cargados con camas, colchones, espejos, armarios y sillas, que empezaron a salir de la cabecera municipal rumbo a la vereda La Fila. Allá, arriba en la montaña, desde donde se observan Chinauta y Fusagasugá en las noches iluminadas, los excombatientes de las farc empezaron a amoblar sus casas. Hoy cada una de ellas conforma una ciudadela con cuatro barrios: Brisas de Paz, Carbonell, 27 de Mayo y 22 de Septiembre. Es la herencia que quedó después de peinar la montaña.
Fue esa decisión de abandonar la vida nómada para asentarse en Icononzo lo que dinamizó la economía y marginó las diferencias. Los trasteos variaron proporcionalmente con los avances que el país iba conociendo sobre la implementación del Acuerdo de Paz. Esa sincronía se mantiene hoy. No quieren engallar más sus casas hasta que les definan dónde van a vivir y les espanten el miedo de un desalojo.
Mientras los dirigentes del Partido Comunes y el Estado resuelven ese pulso en Bogotá, por las calles destapadas que conducen al antiguo Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación —etcr— Antonio Nariño, como ellos mismos lo bautizaron, se ve pasar a los excombatientes en motos o en el carro de turno, subiendo desde el pueblo en costales y bolsas sus remesas.
“Ellos empezaron a comprarles a los comerciantes, a generar empleo, a abrir negocios y a vender más”, fue uno de los cambios que empezó a notar el concejal Robayo.
Con una mirada más serena hacia el pasado, en Icononzo hoy creen que las escenas de los Jeeps los llenaron de esperanza y les devolvieron el alivio. Fue a través de ese reconocimiento de la cotidianidad, precisamente, que se impuso una realidad a la que nadie se pudo negar: la presencia de los excombatientes transformó sus vidas, pero también sus bolsillos. Adriana está convencida de que fue así: “Mi esposo les vendía el pan y yo le decía: ¡claro!, usted es amigo de ellos es porque les hace la compra”.
Aunque le aterraba la idea de poner un pie en las reuniones a las que la invitaban, todos estos detalles ambientaron la posibilidad de que dos acérrimos contradictores escogieran derrumbar la mentalidad de guerra que se impuso durante más de cincuenta años. Mario alardea de que Adriana es su mejor amiga. Ella, a su vez, lo ve y lo trata como a un hermano. Uno frente a quien se para sin tapujos, a resolver las dudas que todavía le despiertan los horrores de la violencia. En esos ires y venires, el concejal venció el miedo que le producía empezar de nuevo en otro lado: “La mamá era reuribista, y mire ahora”, Mario se emociona cada vez que cuenta cómo la familia de Adriana se la jugó por él en las elecciones.
Esa nueva realidad se la debe a una parte de sí que no se tomó personal cada cosa que le decían. Otro factor clave fue la franqueza con la que siempre les habló. No les ahorró detalle cuando les reveló que apenas en el 2016, gracias al Acuerdo de Paz, conoció a sus padres, o que, con apenas dos años, su joven madre lo abandonó, y que al hombre que lo adoptó un día se le ocurrió castigarlo poniéndolo a raspar coca.
“Ella le tiraba indirectazos duros. Pero fue así como entre recocha y recocha se terminó volviendo amigo de toda la familia”, explica Adriana sobre cómo se fueron dando las cosas.
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Mario no tiene linderos políticos. Simpatiza con la idea de que se puede codear con todos los partidos, conservando su esencia. Por eso, no es extraño verlo conversando con el Partido de la U, saliendo a tomarse un tinto con el del Partido Liberal mientras evalúan cómo va la sesión o, incluso, buscando alianzas.
Llegar hasta este punto le ha costado más que noches de desvelo. Cuando se presentó al Concejo, prácticamente llegó con una mano adelante y otra atrás. Era como un niño en su primer día de clase. Para él, esta descripción explica por qué al inicio limitó su participación a analizar a sus compañeros, observar qué hacían e identificar sus posiciones.
“Realmente yo no sabía nada. Yo pensaba que ser concejal no más era llegar a mirar que las platas se gastaran en lo que es y ya. Pero vaya usted y corrobore eso. Necesita estudiar, revisar documentos; si no, va a quedar en lo mismo”, se cuestiona.
Acomplejado. Así se sintió Mario los primeros meses. Se dejó deslumbrar por el conocimiento que mostraron los otros diez cabildantes en las sesiones. Se asustó por la experiencia que tenían y lo abrumaron las leyes, las normas y los estatutos que se debía aprender para conseguir una participación notable y rigurosa. En una casa abandonada en lo más alto de La Fila, enciende un cigarrillo y aspira con fuerza.
“El primer día llegué y me senté. Nos dicen: ‘Concejales, inauguramos la sesión’. Nos tomaron la foto. Al final, me preguntaron: ‘¿Usted es de gobierno, independiente o de la oposición?’. Y yo: ‘¡Me voy de oposición!’”, relata Mario que afirmó con convicción.
Cuando le pregunto cómo se define, me dice que es de pocas palabras, que no le gusta andar con rodeos y es bueno aprendiendo a partir de la observación. Pero esa posición ya no se mantiene. Perdió el miedo a hablar en público, no se avergüenza de expresar su opinión y defiende a rajatabla sus ideas. De modo que cuando le pregunto cuál sería el rumbo que marcaría la participación de las extintas farc-ep en el Concejo, se remite a las mismas palabras que ese día pronunció ante la plenaria: “No será una oposición radical a todo, sino una sana. Mientras veamos que los proyectos son beneficiosos para la comunidad, diremos que sí”.
En el municipio estaban convencidos de que, por la inexperiencia, no iba a dudar en alinearse con la administración. Pero la sorpresa no solo se la llevaron los habitantes de Icononzo cuando se enteraron de cómo quedaron las fuerzas en el Concejo, sino también el partido.
“Con el tiempo nos dieron la razón”, dice con orgullo de la decisión que defendió de los cuestionamientos.
Ese fue un signo alentador. Tomó un riesgo que amarró a los indicios que notó en las primeras sesiones. No es una rueda suelta, pero es autónomo. Ya entendió el tejemaneje de los proyectos que llegan al recinto y de todos los hilos que se mueven detrás de ellos. El título de opositor lo comparte con cuatro concejales más. Ellos, por su parte, sienten que solo hacen control político.
La lectura de la administración evidentemente no es la misma, e incluso coincide con la de sus aliados en la corporación, que insisten en que sus proyectos no tienen futuro. Esa impresión se incubó desde cuando cuestionaron a la alcaldesa Margoth Morales por destinar un dinero del presupuesto que no estaba aprobado para celebrar las fiestas del retorno, y la terminaron de ratificar en junio del 2021, cuando les tumbaron un paquete de proyectos bandera. De entrada, hay un truco que Mario todavía no entiende. Si son iniciativas importantes, ¿por qué las pasan cuando ya se va a terminar el periodo de sesiones ordinarias?, se pregunta.
Ese fue el caso de las propuestas que naufragaron y que le daban facultades a la administración para 1) concesionar el alumbrado público por veinte años a un particular, 2) adoptar tarifas para el impuesto del alumbrado y 3) adquirir un préstamo para financiar la actualización catastral. Los tres trámites les resultaron desconcertantes, inexplicables y sospechosos. La alerta la lanzaron los cinco y casi que, por primera vez desde que llegaron al recinto, se pusieron a prueba la articulación y la confianza que se tenían como oposición, tal como lo confirma el concejal Robayo: “Solicité una marcha y Mario la convocó con los demás compañeros. Nosotros somos cinco, pero el pueblo hace el sexto y el séptimo”.
Bajo la consigna No a la privatización del alumbrado público de Icononzo, decenas de ciudadanos salieron a marchar. Ese es el choque más directo que han sostenido con la administración y el triunfo más significativo que han conquistado como coalición.
En ocasiones como esta, Mario lleva las riendas solo. Es él quien toma las decisiones. Actúa con cautela porque ya sabe cómo se mueven las fichas en el Concejo. Se asesora y se comunica constantemente con quienes rodean al senador Carlos Antonio Lozada o al representante a la Cámara Sergio Marín. Ambos son cuotas del Partido Comunes en el Congreso, que se distanciaron de quienes traicionaron el Acuerdo y retomaron el camino de la lucha armada.
“Uno pensaba que las farc eran solo armas, pero me encontré con que no. Ellos defendían su línea política y uno pensaba, ¿cuál línea política?, si se la pasan echando bala. Pero cuando se desligan de las armas, se ve que sí estudiaban. Mario gana la elección y hay toda una articulación para ayudarlo y no dejarlo solo”, ha observado el concejal Robayo.
En algo tiene razón: que las farc abandonaran las viejas formas de lucha no significaba que iban a adoptar las mismas de los partidos tradicionales. El problema, sin embargo, es que esa decisión los puso frente a un dilema. El tiempo que tienen para cultivar un electorado empata a la fuerza con la propuesta de imponer una agenda transformista que descontamine la política de los cuestionables métodos con los que muchos casi siempre ganan.
Todo esto se hizo evidente en la campaña electoral en la que trabajó Mario. El último día de esa maratón histórica la realidad los golpeó con una lección tras otra. Primero, haber recorrido todos los rincones del municipio haciendo pedagogía y buscando adeptos no era garantía de nada. Ese 27 de octubre tenían que cuidar los votos para que el abstencionismo, que se incuba con la dificultad que tienen muchos colombianos para participar en la jornada electoral, no pusiera en jaque el resultado. Dejar las mesas a su suerte, sin testigos electorales de confianza que dieran fe de una jornada limpia, fue el otro riesgo que comprendieron tarde. Pero a esas alturas lo que más les preocupaba era que a los firmantes del Acuerdo de Paz que bajaron de la vereda La Fila no los dejaban votar.
La suya es una carrera contra el reloj. Y esos son algunos de los errores que no se pueden dar el lujo de repetir. De eso están convencidos tanto Laura como Mario. Ella como su mentora y él en su rol de aprendiz. Con la cantidad de requisitos que les pidieron casi se quedan sin inscribir candidatos. Por al lado de las coaliciones tampoco les fue bien. Cometieron muchos errores de digitación que los desgastaron en el papeleo. Y de la convergencia departamental los sacaron con una simple explicación: las farc no suman, sino que restan votos.
“Sacamos cuatro mil doscientos votos para la Asamblea. Es un número significativo porque el último que pasó lo consiguió como con cinco mil. Nos faltó poco. Si ellos no nos hubieran sacado de la lista, habríamos sumado y seguramente tendríamos diputado”, les recrimina hoy Laura.
En cierto modo, fue un debut memorable. La campaña les ofreció una oportunidad para iniciar su consolidación como partido y levantar la imagen negativa que acumularon durante la guerra. Pagaron la primiparada por no haber estado sintonizados con la letra pequeña de la arquitectura electoral, pero el precio no fue tan alto. El golpe lo amortiguó la decisión que tomaron de centralizar los procesos legales para los dos candidatos a la gobernación, dieciséis a las alcaldías, doce a las asambleas y cincuenta y siete a los concejos municipales, que aparecieron en los tarjetones del país.
Coyaima fue el lugar donde se definió la hoja de ruta de la campaña para el departamento: Tolima Digno,que cimentaron sobre cuatro pilares: 1) un pueblo gobernando es un pueblo transformando; 2) construyendo humanidad resistimos por la paz; 3) agua, territorio y equidad; y 4) economía solidaria, solidaridad alimentaria.
Mario fue uno de los doce candidatos que Icononzo Digno presentó al Concejo y a la Alcaldía en coalición entre Comunes, el Partido Comunista y la Unión Patriótica. De ellos, apenas tres eran firmantes del Acuerdo de Paz y todos los demás eran líderes de las veredas cercanas al etcr. El Triunfo, Balconcitos, La Fila, Mesón y Guamitos son algunos de los atajos por donde pasaron haciendo campaña, explicando el Acuerdo de Paz, aclarando que ya no secuestraban, enseñando a votar y pregonando una misma consigna: El que paga para llegar llega para robar.
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A Icononzo no solo llegaron los firmantes del Acuerdo de Paz. Tan pronto sus habitantes confirmaron que no era cierto el rumor de que el municipio se iba a vandalizar con su presencia, detrás de ellos fueron llegando la institucionalidad en todas sus formas, la confianza que se había perdido en la guerra y un agente dinamizador de la economía; también regresaron al lugar del que nunca se debieron haber ido las víctimas que salieron de sus tierras huyendo del conflicto.
“Renuncié a la empresa donde llevaba diecisiete años trabajando y decidí volver. Quería invertir aquí”, confiesa Alexandra Clavijo. Ella se define como cien por ciento icononzuna, aunque desde los once años salió con su mamá en busca de un mejor futuro en la ciudad. “Teníamos dos caminos —recuerda sobre la violencia de esos años—: quedarnos y hacer parte de la guerrilla que nos podía reclutar o salir huyendo del municipio”.
El suyo fue un destino similar al que enfrentó Mario, casi desde esa misma edad. Tras haber tocado fondo con el castigo que le impusieron durante un año en Guerima (Vichada), optó por acercarse a los hombres armados que veía pasar y con los que en el 2010 terminó combatiendo día y noche durante un mes. Esto, después de haber estado a cuatro kilómetros del campamento de Jorge Briceño, al que las Fuerzas Militares le descargaron siete toneladas de trinitrotolueno.
Pero lo que vivió Alexandra dista de todos estos sucesos. Se cumplieron cinco años desde que retornó y no se arrepiente. Hoy es la dueña de la distribuidora mayorista más grande que existe en Icononzo. Cuando menos pensó, el proyecto agroturístico que montó en la misma vereda donde su abuelo había sido asesinado por miembros del Frente 25 de las farc-ep se volvió un éxito. “Nosotros pensábamos que Rancho Campo iba a ser algo pequeño, pero no. El turismo cogió un boom importante. Esa fue una de las ventajas del Acuerdo de Paz”.
En el “balcón del oriente del Tolima”, como se conoce popularmente este municipio, sus pobladores coinciden en que hay un antes y un después. A pesar de que Icononzo fue una de las últimas zonas que el Estado definió para llevar a cabo el proceso de dejación de armas, hoy es el proceso de mostrar. No solo por el número de proyectos productivos que se están desarrollando y por la elección de Mario, sino también por las condiciones que ofrece para quienes allí llevan a cabo su proceso de reincorporación.
Con ojos turísticos, académicos, laborales, pedagógicos y culturales, comenzó el tránsito de cientos de colombianos y extranjeros por esta subregión del páramo de Sumapaz. Venían de todos los rincones del mundo a ver cómo se construye la historia frente a sus ojos. Con la avalancha de instituciones, entidades y programas que llegaron, se tendió un puente sobre las diferencias por donde hoy transitan tanto los firmantes del Acuerdo de Paz como la comunidad. Alexandra fue una de las primeras que lo cruzó: “En plena entrega de armas fui a La Fila. Como me metí en todo el tema de turismo, dije hay que aprovechar todo lo que a ellos les dan. Entonces, se crea el Comité Turístico del que hago parte y empezamos a aprovechar las visitas de Fontur y el Ministerio”.
Aunque la vocación del municipio sigue siendo fiel a sus tradiciones agrícolas, entre los sembríos se abrieron camino nuevos mercados. Parado frente a ese mar de posibilidades, Mario admite que tiene una espinita atravesada entre pecho y espalda. Le fastidia a él, pero la sienten casi todos en el Concejo: “¿Por qué somos el único municipio con un etcr que está por fuera de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial?”, ironiza.
Miopía o falta de voluntad, cada quién tiene una respuesta. Eso sí, todos coinciden en que se habrían podido beneficiar más. Tienen varias razones para creerlo. Solo con lo que han experimentado, Icononzo salió del anonimato. Varios factores influyeron para que esto fuera así: 1) es el etcr más cercano a una ciudad principal, 2) está apenas a cuatro horas de Bogotá y 3) es la zona menos convulsionada para hacer el tránsito a la vida civil.
Una cifra respalda esa última característica. Al menos cincuenta firmantes del Acuerdo de Paz llegaron a este municipio después de haberse visto obligados a renunciar a lo que construyeron desde cuando empezó la reincorporación. Caquetá, Putumayo y Antioquia son algunos de esos departamentos de donde han salido huyendo de las mismas balas que mataron a trescientos treinta y siete excombatientes desde el 2016, según la Unidad de Investigación y Acusación de la jep.
Por esa travesía pasa el único candidato con el que el Partido Comunes se la jugó por un cupo en la Asamblea Departamental del Tolima: Gustavo Bocanegra Ortegón. Un abismo separa su relato del proceso por el que pasa Mario. El origen de esas diferencias se incuba en el rol que cada uno tuvo en la guerra.
De la vereda El Oso, en el corregimiento de Gaitania en Planadas, Donald Ferreira (seudónimo con el que lo persiguió el Ejército Nacional) salió huyendo después de que una bomba se activara en la casa de uno de los miembros del consejo político del Partido Comunes: Hugo Perdomo.
Tras varios intentos infructuosos por abrirse un lugar en la política, el exmiembro del Comando Conjunto Central Adán Izquierdo de las farc-ep desistió de sus aspiraciones y se refugió en la cooperativa Economías Sociales del Común que conforman los firmantes del Acuerdo de Paz y sus familias.
“Desde Icononzo he estado liderando un proceso como gerente aprendiz del nuevo centro que se conformó. Fui contratado por Ecomún para liderar un proyecto de piscicultura en la región”. Con esta nueva misión, apoya más de cuarenta asociaciones. De ellas, dieciocho están en el Tolima y ocho en Icononzo. Antes de salir rumbo al parque donde expondrán los productos que han desarrollado, se toma un tinto y las enumera. Entre ellas menciona a Tejiendo Paz. Gonzalo Beltrán es el gerente de la cooperativa textil que asocia a veintidós familias.
En la lista también está el proyecto de Mario que marcó su carrera como líder y que llevó a Semillas de Reconciliación a convertirse en una fundación en la que participan sesenta y cinco niños que lanzaron su primer disco. También está su apuesta más reciente: la Asociación Productora Audiovisual (Aspavl), que lidera con Jhon Jairo Urrego y que conformaron con varios habitantes de la vereda La Fila.
Pero entre las propuestas de economía social y solidaria que han surgido en el marco del proceso de reincorporación, La Roja es una de las más representativas. Esta cerveza artesanal se convirtió en la carta de presentación en su tránsito a la vida civil. Los icononzunos la sienten como propia. La comercializan en tiendas y mercados, y la distribuyen en Bogotá. Sin embargo, volver el municipio epicentro de producción no fue posible. El emprendimiento y el uso del suelo no son compatibles y enredaron los papeles que necesitaban.
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—¡Juan Carlos Robayo del Partido de la U! ¡José Orlando Barbosa del Partido Liberal! ¡Víctor Manuel Márquez del Partido Alianza Social Independiente!
En el polideportivo del pueblo, el funcionario de la Registraduría citó a los habitantes del municipio para informarles cuál era el veredicto oficial de la contienda del 27 de octubre del 2019. Uno a uno, leyó los nombres de los concejales electos. Había pasado casi una semana desde que se conocieron los resultados preliminares, y con trescientos cincuenta y cuatro votos los miembros de Icononzo digno eran conscientes de que las cifras no alcanzaban para reclamar curul, pese a haber logrado remontar a Cambio Radical y el Centro Democrático en las urnas.
—¡Mario Alberto Montiel del partido de la rosa! —se escuchó en el recinto. Era el concejal número once que nombraban, el último que iba a clasificar.
Un corrillo que se había formado estalló de júbilo. Los asistentes se volvieron hacia Mario. Él estaba petrificado. Había pasado tres noches revisando los votos. Las sumas no le daban en la cabeza.
“¿Me nombraron a mí? ¿Por qué clasifiqué yo?”, se preguntaba mientras revivía las largas jornadas de reconteos. “No sé cómo pasó. Yo mismo me sorprendí y de una vez hice una llamada: ‘Laura, acaban de dar el veredicto y quedé como concejal’”.
A Mario no solo le intrigaba haber coronado una curul, sino también que su nombramiento estuviera por encima del de Jorge Antonio Ortega, el candidato de El Triunfo que encabezaba la lista con más votos que él.
“Me fui a hablar con el personero y le dije: ‘Hay una persona por encima de mí, ¿qué hago?’”, le señaló preocupado. “¿Se van a poner a pelear por la curul?”, fue lo que obtuvo como respuesta.
Se negaba a aceptar los designios así no más, pero tomó una decisión cuando Laura le habló con franqueza: “No pelee más, porque si no, vamos a perder la curul y nos quedamos sin montar a ningún candidato”.
Mario acató la instrucción. Nunca terminó de armar las piezas del rompecabezas y la única sospecha que maneja recae sobre el principal contrincante de la alcaldesa. “Yo pienso que estoy ahí por Hugo Nelson Jiménez. Él renunció a la curul que tenía asignada por haber quedado de segundo. Él se quita y sigo yo”.
Fuera del aspecto netamente anecdótico de la situación, hay una explicación para casi todo. A pesar de que los formularios E-24 indican que él sacó 71 votos y Jorge 75, en los E-26 que se expiden posteriormente la cifra se invirtió con 79 y 75, respectivamente. Eso mismo pasó con los concejales electos en Putumayo y Antioquia. Es decir, los tres firmantes del Acuerdo de Paz pasaron en el reconteo.
Allí estaba otra vez Mario, con esa sensación de vacío. En la misma situación en que lo puso Valentina Beltrán cuando le soltó la dirección de la Fundación Semillas de Reconciliación o cuando le dijo que lo iban a postular como candidato al Concejo. Un vértigo que hoy disfruta, pero que sintió por primera vez siendo un niño, cuando lo botaron a los sembríos de coca.
“No fue para que me educara, sino para que me descompusiera”, reconoce sin rencor. En ese punto del relato, Mario sintió que no resistía un segundo más la necesidad de encender un cigarro; sacó de nuevo la candela y añadió: “Me cayó como un baldado de agua fría. Me tiraron al ruedo sin nada”.
Con todo lo que ha experimentado, al concejal no le cabe duda de que se ha transformado desde que llegó a Icononzo y que cada vez está más lejos del que se metió a las farc. En diecinueve años que Mario se la pasó de un frente a otro recorriendo más de medio país con el Bloque Oriental, nunca le habían soltado tanto poder como el que tiene ahora. Prácticamente, se mantuvo en la misma cadena del eslabón a la que llegó de niño, cuando se enlistó en las farc sin dimensionar qué era la guerra, sin saber de la existencia de los paramilitares, el eln, el epl y todavía muy lejos de entender que con fusil en mano había tomado partido en una guerra que apenas empezaría a defender como suya.
Así mismo, Mario todavía no se reconoce como un líder. Siente que cumple con la misión que se le encomendó. Pero ni Laura ni Valentina creen que se trata solo de eso. Dicen que tiene el espíritu que necesitan para alentar el tránsito de los firmantes del Acuerdo de Paz a la vida civil y política. Por eso, desde que se cruzaron en Icononzo, cada uno ha puesto de su parte para impulsarlo. En el 2023, habrá que ver a qué historia desconocida lo lanzan.
“Ah, juemadre, ¡dónde nos embarcamos!”, responderá él.
Este texto hace parte del libro Defender la vida, de la colección periodística “Defender”, publicado en una colaboración entre el Programa Somos Defensores y Hacemos Memoria.